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UVALDE, Texas, EE.UU. (AP) — Elsa Avila se arrastró hacia su teléfono, aterrorizada mientras se sujetaba el lado sangrante del abdomen y trataba de mantener la calma para sus alumnos. En un mensaje de texto a su familia que pretendía enviar a sus compañeros de Uvalde, escribió: “Me dispararon”.

Por primera vez en 30 años, Avila no volverá a la escuela cuando se reanuden las clases el martes en la pequeña ciudad del suroeste de Texas. El comienzo de las clases será diferente para ella y para otros sobrevivientes del tiroteo del 24 de mayo en la escuela primaria Robb, pues tendrá un énfasis en la sanación, tanto física como mental. Algunos han optado por la educación virtual, otros por las instituciones privadas. Muchos volverán a los campus del distrito escolar de Uvalde, aunque la primaria Robb nunca volverá a abrir.

“Estoy tratando de darle sentido a todo”, dijo Ávila en una entrevista en agosto, “pero nunca va a tener sentido”.

Una cicatriz en el torso le hace llorar como recuerdo permanente del horror que soportó junto a sus 16 alumnos esperando en su aula durante una hora a que les ayudaran mientras un hombre armado masacraba a 19 niños y dos maestras en aulas cercanas.

Minutos antes de sentir el agudo dolor de la bala que le atravesó el intestino y el colon, Avila estaba pidiendo a los alumnos que se alejaran de las paredes y las ventanas y se acercaran a ella. Un alumno que estaba cerca de la puerta para salir al recreo le acababa de decir que algo estaba ocurriendo afuera: había gente corriendo y gritando. Mientras cerraba la puerta del aula para que la cerradura quedara bloqueada, sus alumnos adoptaban las posiciones de encierro ya practicadas.

Momentos después, un hombre armado irrumpió en el ala de cuarto grado y comenzó a disparar antes de abrirse paso hacia los salones 111 y 112.

En el aula 109, Avila pidió ayuda en repetidas ocasiones, según los mensajes revisados por The Associated Press. Primero, a las 11:35 a.m., en el texto dirigido a su familia que, según ella, estaba destinado al chat del grupo de profesores. Luego, a las 11:38, en un mensaje dirigido al subdirector de la escuela. A las 11:45, respondió a un texto del orientador vocacional de la escuela preguntando si su aula estaba cerrada con: “Me han disparado, envíen ayuda”. Y cuando el director le aseguró que la ayuda estaba en camino, ella respondió simplemente: “Ayuda”.

“Sí, ya vienen”, le respondió el director a las 11:48 de la mañana.

No está claro si la policía vio sus mensajes. Los funcionarios del distrito no respondieron a las solicitudes de comentarios sobre las medidas adoptadas para comunicarse con las fuerzas del orden el 24 de mayo, y un abogado de la entonces directora Mandy Gutierrez no estaba disponible para hacer comentarios.

Según el informe de una comisión legislativa que describió una respuesta policial fallida, casi 400 agentes locales, estatales y federales permanecieron en el pasillo del ala de cuarto grado o afuera del edificio durante 77 minutos hasta que algunos finalmente entraron en las aulas y mataron al agresor. Los legisladores también encontraron un enfoque relajado hacia los cierres de emergencia —que se producían a menudo— y problemas de seguridad, incluidos problemas con las cerraduras de las puertas.

Las investigaciones estatales y federales sobre el tiroteo están en curso.

El distrito está trabajando para completar nuevas medidas de seguridad, y la junta escolar despidió en agosto al jefe de policía del distrito, Pete Arredondo. Los residentes dicen que sigue sin estar claro cómo -o incluso si- se puede restaurar la confianza entre la comunidad y los funcionarios. Algunos piden más rendición de cuentas, mejor formación de la policía y leyes más estrictas sobre armas de fuego.

Avila recuerda haber oído las ominosas ráfagas de disparos, luego el silencio, después las voces de los agentes en el pasillo gritando ”¡fuego cruzado!”, y más tarde más agentes de pie cerca.

“Pero nadie venía a ayudarnos”, dijo.

Mientras Avila permanecía inmóvil, incapaz de hablar lo suficientemente alto como para ser escuchada, algunos de sus estudiantes la empujaban y sacudían. Ella deseaba tener fuerzas para decirles que seguía viva.

Una luz entró por su ventana, pero nadie se identificó. Temiendo que fuera el pistolero, los alumnos se alejaron.

“Las niñas más cercanas a mí me daban palmaditas y me decían: ‘Todo va a salir bien, señorita. La queremos, señorita’”, relató Avila.

Finalmente, a las 12:33 p.m. se rompió una ventana de su aula. Los agentes llegaron para evacuar a sus alumnos, los últimos en salir de la zona, según Avila.

Con las fuerzas que le quedaban, se levantó y ayudó a los alumnos a subir a las sillas y mesas y a salir por la ventana. Luego, agarrándose el costado, le dijo a un agente que estaba demasiado débil para saltar ella misma. Este entró por la ventana para sacarla.

“No volví a ver a mis niños. Sé que salieron por la ventana y pude oírles decir: ‘¡Corre, corre, corre!’”, relató Avila.

Recuerda que la llevaron al aeropuerto, donde un helicóptero la trasladó a un hospital de San Antonio. Estuvo entrando y saliendo del hospital hasta el 18 de junio.

Más tarde, Avila se enteró de que un alumno de su clase había resultado herido por metralla en la nariz y la boca, pero que ya había recibido el alta médica. Dijo que otros estudiantes ayudaron a sus compañeros heridos hasta que llegaron los agentes.

“Estoy muy orgullosa de ellos porque fueron capaces de mantener la calma durante toda la hora que estuvimos allí aterrorizados”, manifestó Avila.

Mientras sus alumnos se preparan para volver a la escuela por primera vez desde aquel traumático día, Avila está en vías de recuperación, caminando hasta ocho minutos seguidos en la cinta de correr de la fisioterapia y acudiendo a terapia psicológica. Espera poder volver a dar clases algún día.

En el exterior de la clausurada Escuela Primaria Robb, una ofrenda en memoria de las personas asesinadas se desborda en la puerta de entrada. Profesores de todo Texas acudieron este verano para presentar sus respetos y reflexionar sobre lo que harían en la misma situación.

“Si sobrevivo, tengo que asegurarme de que ellos sobrevivan primero”, dijo Olga Oglin, una educadora de 23 años de Dallas, con la voz quebrada.

Ofelia Loyola, profesora de primaria en San Antonio, visitó el lugar con su marido, el profesor de secundaria Raul Loyola. Estaba desconcertada por la demora en la respuesta de las fuerzas del orden, como se ve en los videos de seguridad y de la policía.

“Todos son niños. No importa la edad que tengan, hay que protegerlos”, dijo.

La semana pasada, Avila y varios de sus alumnos se reunieron para la fiesta de fin de curso que no pudieron celebrar en mayo. Jugaron en la piscina de un club de campo y ella les regaló a cada uno una pulsera con una pequeña cruz para recordarles que “Dios estuvo con nosotros ese día y que no están solos”, dijo.

“Siempre hablamos de ser amables, de ser respetuosos, de cuidarse los unos a los otros, y ellos fueron capaces de hacerlo ese día”, comentó Avila.

“Se cuidaron los unos a los otros. Cuidaron de mí”.


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