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 Los fundadores del estado norteamericano deliberaron larga y profundamente sobre los principios que le darían fundamento al naciente estado. Su preocupación básica fue establecer un estado que se caracterizara por la transparencia en sus funciones y cuya misión única fuera servir al pueblo. Hamilton, Franklin, Jefferson y los demás prohombres que diseñaron los principios que regirían el nuevo estado, dejaron bien sentado que no hubieran brechas para que personas o grupos asumieran las funciones del estado para sus propios beneficios. Eso quedó bien definido en la propia constitución.  

 Sin embargo, el proceso histórico trillado por el sistema político no siempre se ha amoldado a los principios que le dieron origen, sobre todo en lo que a sus instituciones políticas se refiere.  El sistema político en la mayor parte de su historia ha funcionado bajo la bandera del bipartidismo. Dos partidos con mucha similitud en términos de sus principios ideológicos y con una ligera diferencia en algunos elementos pragmáticos. Noam Chomsky, un destacado analista de la política, al preguntársele sobre el bipartidismo norteamericano afirmó: “Aquí no tenemos dos partidos, sino dos facciones de un mismo grupo.”

 La frase anterior dice mucho, pero el gran problema no está en la poca diferencia ideológica que caracteriza los dos partidos, sino en la estructura que han formado para no permitir el desarrollo de otras alternativas u opciones políticas. Se han creado tantas trabas que históricamente ha sido imposible el surgimiento de una tercera opción. Todo está amarrado políticamente para impedir que surjan alternativas que cuestionen el manejo del gobierno por los dos partidos tradicionales.

 El estricto control del sistema por los dos partidos es lo que ha llevado a la situación en que nos encontramos hoy, en la que la tarea de gobierno ha caído en el estancamiento. Cuando los dos partidos asumen posiciones rígidas sobre cualquier asunto, hecho que es muy frecuente hoy día, no hay manera de romper el círculo debido a que no hay otra fuerza política que obligue a los dos partidos a ceder en sus posiciones y buscar consenso cuando es necesario. En ese sentido,  La funcionalidad de la democracia cojea cada vez más.

 La práctica política bipartidista también ha moldeado la mentalidad de los votantes que no llegan a concebir la existencia de otras opciones. Hablar de eso, es decir de otras alternativas, constituye un pecado político en la población. El norteamericano todavía no concibe un sistema político con una tercera fuerza política. El último intento lo realizó en los años 1990s el multimillonario Ross Perot, pero una vez pasada las elecciones su movimiento murió.

En el último siglo solamente en dos ocasiones la barrera bipartidista fue rota, posibilitando la aprobación de proyectos políticos que todavía hoy se consideran como unos de los grandes logros en la historia de la nación. Ese momento político se produjo durante la gran depresión y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el Presidente Roosevelt, con el consenso de los dos partidos, logró implementar políticas sociales que pasaron a ser parte esencial en el subsiguiente progreso de la nación. El otro momento se produjo durante la lucha por los derechos civiles y bajo el gobierno de Lyndon Johnson, donde ambos partidos lograron consenso dando lugar a la aprobación de importantes medidas para romper con las prácticas remanentes del racismo.

 El monopolio político de los dos partidos ha conducido a prácticas políticas que quitan transparencia al sistema democrático. Existe un sistema electoral que cada día es más problemático y corrupto por la influencia del dinero. Años han pasado y ha sido imposible la aprobación de leyes para regular el proceso electoral y evitar que la influencia del dinero siga atentando contra la transparencia del sistema. Como los dos partidos son beneficiarios del status quo nada cambia.{jcomments on}

 Es bueno señalar, que en los procesos locales es donde la democracia americana muestra más transparencia y donde la participación ciudadana es más genuina, debido a que los dos partidos no tienen participación directa en el proceso. En el resto del sistema la anomalía es evidente y el bipartidismo es su razón de ser.


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